viernes, 26 de agosto de 2016

La gran mentira

Por Ramiro Pinto, escritor

El día 19 de julio del presente año, una persona presentó el libro del que soy autor, Cuentos con burbujas, en la biblioteca pública de Villalpando (Zamora). Fue un día de sorpresas. Me sorprendió el interés por tantas personas como asistieron, lo que es gracias a un trabajo cotidiano que Diego Vicente, el bibliotecario, ha ido haciendo durante años al promover un club de lectura, además de otros eventos y actos en relación al saber y el arte. Decir que hasta se interesó la concejala de cultura de aquel ayuntamiento. No es común tanto apoyo a quienes no formamos parte del espectáculo de ser escritor, sino que creamos con la palabra. Mi agradecimiento pues.

Pero me sorprendió también lo dicho por el presentador y la coincidencia con quien escribe en algunos aspectos de compartir una experiencia común desde diferentes posturas. Pienso que se debe dar a conocer. Quien coordinó el acto, de manera atípica, es impulsor del colectivo Poesía contra la Despoblación.

Me llamó la atención que comenzara citando a Dario Fo: «Necesitamos urgentemente locos; el dinero, el poder y la mentira siguen gobernando». Parece obvio, pero el presentador pisó fuerte, en una tierra que le ha acogido. Recordó que ni a Villalpando, ni a Villadefrades (Valladolid) ha llegado el agua prometida, no existe el vergel que dijeron los gobernantes de hace tres décadas, tampoco se confirma que sean la despensa de Europa... veintinueve años después de que dejaran sin rastro La Puerta, el pueblo donde nació hace 68 años quien presentó el acto, justo el mismo día y hora en que se celebró el acto. También el mismo en que finalizó el desalojo y la destrucción total del valle de Riaño, ¿para qué?

Para esta persona no es algo del pasado, sino presente, que recuerda cada día: a Simón que se quitó la vida por no soportar aquella tensión, a su amigo que quemó la casa como un gesto de orgullo y dignidad, ante quienes sin razón alguna derribaron las edificaciones de nueve pueblos, «la casa, la portalada y las cuadras de mis abuelos», dice quien coordinó la reunión. Ni él, ni quienes fueron desalojados de sus casas, echados de manera infame de su tierra, pueden olvidar.

Preguntó, quien fuera en su juventud pastor de las veceras, que ¿dónde están los futuros regadíos? Alguien comentó que miles de hectáreas que fueron de secano se recalificaron a regadío sin que hubiera llegado ni una gota de agua, para recibir una subvención de Europa con el fin de mantener el hábitat de secano y lograr así proteger a las avutardas. Y que cuando se propuso hacer un cementerio nuclear dos pueblos de Tierra de Campos, del plan de regadíos de Riaño, se ofrecieron, cuando a muchos kilómetros a la redonda no se pueden comercializar los productos que en teoría iban a ser de regadío. ¿Queda impune la mentira?

Quien fuera pastor acabó yendo a trabajar a la ribera del Esla, una zona agroganadera que también iba a ser «beneficiada» por el agua que trasformaría aquellas plantaciones de cereal en huertas y cultivos de regadío que harían abundante la riqueza e iba a fijar la población. Nada de nada. Lo que fue un sacrificio para mantener la población en el sur de la provincia, sucedió fue lo contrario. Trasladan el agua de cuenca y mienten al decir que algo se riega con ese agua, cuando va para salir a otra ribera por el margen izquierdo del Porma. ¿Qué han hecho los sindicatos agrarios por la vida de los pueblos?, ¿es lo mismo vida rural que productivismo?, ¿qué han hecho por la formación profesional agraria?

Los futuros regantes ya no existen, unos porque se han jubilado, otros han muerto, como los vecinos de Riaño que en dos años una gran parte de ellos hicieron el viaje de Caronte en las aguas de la pena. Casi todas las personas mayores. De esto nunca se ha querido hablar. Lo hizo el otro día quien se dedicó a trabajar por el medio rural, a deshacer ignorancias y sembrar cultura, educó para que los jóvenes aprendieran a vivir en los pueblos y no para irse cuanto antes a la ciudad.

Se le echó de la provincia porque formó una conciencia incómoda en los habitantes de los pueblos que iban a prepararse para los empleos del campo y explotar sus tierras, no sólo como actividad económica, sino como una mentalidad y en la forma de cultura colectiva que hubo que extirpar para construir la modernidad del Poder. Es hoy el día que amenazan, esos que nunca se sabe quienes son sino que lo hacen a través de la burocracia, con derribar el edificio donde se hizo esta labor para que no quede rastro, una pelea entre Goliat y David, que se calla y oculta, han dejado que el edificio se deteriore, sin querer hacer un museo sobre agricultura, ni un lugar de encuentros culturales, ¿para qué?, tirarlo y hacer desaparecer un espacio por si alguien pregunta «¿qué fueron esas ruinas?». En ellas queda el mural pintado por los alumnos y profesores con el lema del Año Internacional de la Juventud: Participación, desarrollo y daz. (Ecodesarrollo pusieron ellos)

Una voz critica que se extirpó, una persona que fue un exiliada de su mundo, el cual cada día que pasa tiene más presente, cuya rabia trasformó en lucha, en crítica social, en interrogar al Poder, en enseñar a no dar un valor absoluto al dinero y sí a otras cuestiones necesarias para existir, en dignidad, también colectiva. Leoncio Alvárez, una persona coherente, que ha vivido como pensó para no acabar pensado como le hubieran obligado a vivir, arrastrado por las mentiras del Poder y el dinero.

¿Y qué tiene que ver con Cuentos con burbujas? Mucho. Así lo entendieron los asistentes, porque las burbujas desvelan la falsedad de lo real, la hipocresía de la llamada normalidad, ¡que necesarios son los locos!, que como dijo un participante «locos no, ¡soñadores!»; son los que recuerdan lo que pasó hace veintinueve años y lo denuncian, los que sueñan y piensan que la cultura y los libros han de estar entre la gente, en manos de las personas y no ser una imagen de campañas publicitarias, de montajes que degradan la conciencia, tanto como pensar y sentir. Esto es lo que cuentan los cuentos con burbujas, es lo que presentó alguien que ve el valor de la palabra y que con ella señala al Poder que calla y quiere hacer callar, amordazar al pueblo. Por eso se ha de luchar por una sociedad mejor.

Sin raíces, errante por el mundo, sin pueblo, sin punto de referencia, como su padre que no quiso nunca volver a aquella montaña rota, con sentimientos muy profundos. Hoy Leoncio sigue en la brecha: arreando libertades, deteniendo ignorancias.

Salud, risas y burbujas.

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